Jimena se encontró a si misma viendo hacia la vacía y húmeda pared. Un par de brazos la rodeaban, y una pierna se acurrucó en medio de las suyas. De aquel hombre parecía que emanaba un aura tranquila, pero sus palpitaciones eran exageradamente rápidas y fuertes. Su piel exhalaba vapor caliente, como si ambos hubieran contraído una fiebre intensa. Comenzaban a cantar los gallos de la vecina, y la neblina de la mañana se comenzaba a disipar en la calle, dejando tan sólo el rocío que bañaba el monte y los clavos de hierro que sobresalían de la escalera que llevaba a su habitación.
El par de brazos velludos se sentían demasiado pesados y la pierna de aquel extraño parecía no querer salir de su cálida entrepierna. Volteó la cara, y se dió cuenta que su acompañante había despertado por los leves intentos de Jimena de querer salir de esa prisión de carne y hueso.
¿Ya te vas?- Dijo Manuel con voz algo ronca y desperezada.
Las ocho largas horas que pasaron juntos en aquella cama no parecieron suficiente para ambos. Dormir le quita el sentido al deseo de querer dormir junto a alguien. Ambos descansaron, y ya despiertos querían seguir soñando y estar conscientes que estaban uno al lado del otro.
La lija de su barbilla le hizo cosquillas en la espalda, y le penetró un relampagueante escalofrío. Sonrió con cara de estúpida y decidió levantarse. Pasó por encima de su compañero, pues le había convencido con un suave beso de quedarse en el rincón de la cama donde la frontera es vertical y topa con la pared. Manuel le quedó viendo fijamente con los ojos semiabiertos mientras Jimena salía del cuarto hacia el baño. Usualmente en momentos solitarios y silencios su mente se pierde dentro de si misma y divaga sobre cuestiones existenciales, pero en esos escasos segundos en que ella salía de la habitación, descalza y con la espalda desnuda, no podía pensar en nada. El universo entero se detuvo y la tenue luz que se filtró por su ventana parecía acariciar su piel, uniforme, suave y sin prisa. Su cabellera enmarañada, contaba la historia de la noche anterior. Sus pies descalzos, besando el frío suelo, dejaban una huella de humedad que apenas se percibía, sus caderas tenían un movimiento hipnotizante que invitaba a posar las manos sobre ellas y perderse en un éxtasis que podría hacerle olvidar su propio nombre y coronar a ambos con flores y estrellas la noche entera.
Se cerró la puerta con un estruendo seco tras Jimena, y Manuel sintió como la realidad le abofeteó.
Esa misma noche Manuel estaría sentado en su habitación, contemplando un par de candelas, bebiendo un vodka, y sintiéndose amargamente dichoso por el curso caótico de las coincidencias que le llevaron a conocer a una mujer tan bella. La dicha que comenzó con todas sus dudas. Amarga dicha, de encontrarle y saber que llevarían caminos paralelos, pero el mismo destino caótico les forzaría a tener encuentros esporádicos y silenciosos. No mediarían una sola palabra, dejarían que sus cuerpos atemperaturados hablaran, que sus miradas se cantaran canciones y que sus formas desnudas y honestas expresaran la frivolidad y desdicha del universo mismo. Amargo futuro que les haría excluirse el uno al otro.
Tu historia describe algo nada fuera de la realidad, pasa... A muchas personas el sexo de alguna manera los hace pensar que en realidad logran llenan ese vacío emocional...
ResponderEliminarMe gustó la idea de hacer "el encuentro", realmente por como terminaste la anterior, no imaginé que fueran a verse de nuevo...
Nuevamente felicidades!, siga escribiendo Aquino!