lunes, 25 de abril de 2011

De divorcios presidenciales y sexualidad




      La separación de la pareja presidencial conmocionó a la mayor parte de la población guatemalteca, puesto que los rumores no fueron lo suficientemente persistentes ni aceptados como para hacerles profecía. A parte de la maniobra política, considerada deshonesta en varios sectores de la población, cabe la pena también resaltar la importancia de que es la esposa quien ha ‘aceptado’ el divorcio, y que es quien ha tenido el papel protagonista en este proceso. Y se podría asumir que ha aceptado el divorcio, no sólo tomando en cuenta las directrices que supone el sacrificio de aquello ‘importante’ en cuanto a su vida personal para dar paso a un cargo público, sino que también siendo mujer en un país de cierto conservadurismo caradura en cuanto a los roles de género. Y de por sí, estos roles son usualmente económicos, pero tienen una amplia y profunda raíz en cuanto a la sexualidad femenina, puesto que a pesar de que su rol sexual se ha ido aceptando y democratizando más, parece ser que esto sólo aplica ante la mirada joven, y para con la población joven. Es como si las generaciones mayores estuvieran retenidas en una cápsula de tiempo, en donde las leyes democráticas aplicadas a la vida e interacción social aún no logran llegar o son rechazadas; fenómeno que puede encontrar –no definitivamente- parte de sus orígenes en el bajo potencial sexual reflejado en comparación con las numerosas y vigorosas generaciones jóvenes. Esto ha hecho que la mirada sobre la disolución matrimonial se ha enfocado con mayor persistencia en la intención de prolongación en el poder y la adquisición deshonesta de bienes más que en el lado emocional/sexual de la relación de pareja; el énfasis y atención que atrae el hecho de la separación no irá enfocado hacia la disolución por motivos emocionales y por tanto, legítimos. Para poder legitimar aquello que ya es ilegítimo ante la población (una separación sin fundamento emocional/sexual) se ha tenido como principal frase de campaña entonces el: ‘Yo acepto por ti’ como un reflejo de cierto compromiso matrimonial-sentimental para con la población guatemalteca.

            El ‘Yo acepto por ti’ y su expresión de felicidad en las vallas publicitarias, a simple vista y entendimiento, son referentes a la disolución matrimonial. Latentemente pueden llegar a insinuar cierto compromiso matrimonial-emocional con el grupo abstracto que conforma la población guatemalteca. En analogía casi perfecta con una monja que renuncia a los placeres personales y se casa con un ente abstracto, solo que en este caso, el ente abstracto no es necesariamente superior y vive en una realidad más tangible – pero el principio es casi el mismo-. Si el matrimonio anterior (como se ha rumorado) ha sido por motivos económicos, el actual (con todos nosotros) es precisamente por un amor distinto o más fuerte que aquel se supone debió existir para con el presidente de la república. Y pues claro, ante tal sacrificio, la población debería estar agradecida y conceder el voto.
            El problema del nuevo matrimonio radica en el hecho de que se le ha expropiado de todo tipo de potencial sexual o emocional, y se utiliza al matrimonio anterior como referencia o advertencia de lo que el nuevo matrimonio puede significar para el país. Lo bueno, dentro de la estrategia, es que las bolsas solidarias son capaces de establecer un vínculo un tanto más empático, que dan la idea de la madre que se casa por segunda vez – con la pompa del sacrificio - para poder proveer de lo necesario a los hijos. En este caso, el matrimonio es con las leyes e instituciones, estableciendo un control paternalista sobre las poblaciones vulnerables y demostrando con estos beneficios, la bondad que debería estar en lo profundo de su nuevo compromiso.
            En críticas y caricaturas que son distribuidas abiertamente a la población, es regular ver la forma en la que la crítica a las acciones de la ex-primera dama se ven ofuscadas por las que van dirigidas hacia su apariencia física. Desde que se dio a conocer y desde que comenzaron los rumores sobre quien llevaba las riendas en el matrimonio presidencial, las críticas no evitan llegar al aspecto físico. El hecho de que tenga facciones que crean cierto aspecto de abrasividad – como lo expresaría el embajador estadounidense en Guatemala, en un cable revelado por wikileaks – y que llega a legitimar en cierto sentido el dominio que pudo ejercer sobre su actual ex-esposo. Pareciera ser que para la sociedad guatemalteca, las acciones van fuertemente vinculadas hacia la apariencia física, y el hecho de que Sandra Torres posea esa abrasividad no es del todo bueno, puesto que dentro del concepto democrático, no caben autoritarismos ni coerciones irracionales o explosiones de impulsos violentos para la toma de decisiones.
            En una sociedad en la que hasta las rasuradoras y los lapiceros son sexuados por la publicidad, y la imagen de una mujer con amplio potencial sexual juega el papel de accesorio del objeto a vender, es casi imposible hacer que una mujer con las características de Sandra Torres pueda llegar a tener un impacto mayor si se enfoca únicamente en promover la reproducción de su imagen en vallas publicitarias. He allí uno de los motivos por los cuales sus obras dentro de la SOSEP (que claramente denota el papel de las mujeres en la sociedad) deben y son de cobertura intensa a nivel mediático. Sus rivales en contienda, que son del mismo sexo, parecieran explotar más la imagen bondadosa, bien cuidada y se esfuerzan verdaderamente en dar una apariencia jovial mediante el uso casi excesivo de maquillaje (que en verdad tiene el efecto contrario al deseado) porque saben que no cuentan con la ventaja de las obras sociales, que pueden establecer un vínculo un tanto más material, tangible y no tan fácilmente quebrantable entre la candidata y el votante promedio.

            La autonomía es bien respetada por los individuos en todos los aspectos que le conciernen al sí-mismo. El sentimiento de cierta libertado controlada por preceptos morales y legales es en definitiva uno de los pilares, si no el espíritu mismo de la teoría democrática. Las libertades nunca pueden colisionar o hacer a un lado a otras libertades, la coexistencia es esencial. Esta autonomía, forma parte del placer de la reflexividad propia, que determina la forma en la que un individuo es capaz de desarrollarse, y es totalmente aceptada. El detalle es cuando la autonomía aparenta o intenta sobrepasar las libertades, derechos y obligaciones de otros, principalmente cuando la población de un país percibe este tipo de intenciones en las acciones de reivindicación de la autonomía en las parejas matrimoniales. De por sí, y tomando en cuenta el principio de autonomía, la pareja presidencial tuvo todo el derecho de adquirir el divorcio, y esto es –aunque criticado – aceptado por la sociedad guatemalteca. Las parejas tienen cierto derecho de autodeterminación que permite la disolución de una relación por motivos que fueran electos y consensuados por ambos integrantes de la misma, pero en este caso, el motivo, aunque consensuado y acordado perfectamente por la pareja, tiene repercusiones dentro de la vida pública y política del país. No es el hecho de separarse lo que no es aceptable, es la intención que va detrás del hecho; intención que ante la mirada del guatemalteco promedio, no corresponde a necesidades emocionales o sexuales, sino más bien de enriquecimiento desmesurado y cierta sed de poder. 


(No me tomen tan en serio, es un trabajito para la universidad, enfocado hacia la concepción foucaultiana de la sexualidad y el biopoder)

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